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-Foto AsturiasVerde.com -

La política ambiental de los chinos se puede resumir fácilmente “desarrollo primero, medio ambiente después.” Pero la insalvable realidad es que ni los 1.300 millones de chinos ni los ecosistemas del planeta pueden permitirse tal lujo cuando el desarrollo que conocemos no puede universalizarse al conjunto de países sin que el planeta vivo muera. Al igual que la mayoría de los países del Sur, el gobierno chino considera la protección ecológica como una responsabilidad de los países industrializados del Norte, dado que son los grandes culpables históricos del creciente daño a los sistemas vivientes y tienen todavía unos altos niveles de contaminación per cápita por encima de otros países como la China. Pero más allá de los discursos sobre las causas y primeros responsables históricos, en el mundo real de los hechos y su vulnerabilidad, toca reconocer los inmensos e irreversibles daños ambientales que países como China inflingen en los sistemas naturales que dan soporte a la vida y a los grupos humanos. Ante la temible explosión del volumen de las cargas destructivas con el medio físico planetario, las necesidades de los ecosistemas no distinguen entre chinos, europeos o americanos. Realmente, para la salud e integridad de nuestro nicho natural no cuentan los criterios sociales o ideológicos empleados, los criterios biofísicos son los que cuentan.

La realidad es que ni los 1.300 millones de chinos ni los ecosistemas de nuestro planeta finito pueden permitirse el lujo de sobrepasar ciertos límites críticos en el consumo del aire, aguas y suelos, sin con ello ampliar los daños y el colapso de los sistemas físicos de la vida. La China se ha convertido ya en el primer contaminante mundial de CO2, y antes de 20 años superará las emisiones de CO2 de todos los países industrializados de la OCDE juntos, según algunas proyecciones de la Agencia Internacional de Energía. Esta gravísima situación del peligro ambiental que afecta de lleno al mundo vivo y humano en su totalidad está empujada por el actual “boom urbanístico” chino que está arrasando nuevas tierras para asentar más de 400 millones de personas en los próximos 25 años, si continuan estas tendencias la mitad de los edificios construidos en el mundo serán chinos. La situación hídrica de China también resulta temeraria: la mayoría de los ríos están severamente contaminados, los niveles freáticos caen año tras año mientras el desierto avanza a marchas forzosas, se pierden grandes áreas de tierra fértil al tiempo que centenares de ciudades sufren restricciones en su suministro de agua. Su producción energética depende todavía del sucio carbón en el 70%. La contaminación atmosférica y química es atroz, afecta gravemente la salud y el bienestar de los habitantes de muchas ciudades como Beijing.

La solución no pasa solo por un mayor gasto ambiental con regulaciones exigentes, o por la adopción de tecnologías más limpias y más eficientes, aunque no exista una salida técnica fácil. Poder domesticar a la enloquecida e invasiva economía china será necesario un cambio político profundo que hoy no se vislumbra en el horizonte. Sin mayores derechos cívicos como son la libertad de expresión, el derecho de organizarse, o la existencia de un sistema judicial separado y autónomo, muy difícilmente podrá ponerse freno a esa enorme impunidad biocida con la que China amenaza las condiciones físicas de habitabilidad humana en China y en el conjunto del planeta.

Ahora parece que el régimen chino dedica una abundante retórica a la "cuestión ambiental", especialmente para apaciguar las preocupaciones occidentales ante la próxima celebración de las Olimpiadas en Beijing, pero existe un abismo entre lo dicho y lo hecho por parte de las autoridades chinas. La inactividad oficial frente el acelerado deterioro ecológico está creando una creciente frustración popular que se refleja cada año en miles de protestas ambientalistas que suelen ser fuertemente reprimidas por la policía, a menudo con heridos, detenidos y muertos. Una política de protección ambiental eficaz exigiría la existencia de información y datos fiables sobre el estado de los ecosistemas y elementos físicos vitales, las informaciones accesibles y transparentes podrían chocar frontalmente con el quehacer vigente del poder establecido. También requería la posibilidad de denuncias legales y su difusión en los medios de comunicación y prensa por parte de organizaciones cívicas. Sin luz y sin taquígrafos no habrá un cambio ambiental creíble en la China.

El supuesto “milagro chino” tiene los pies de barro, más bien se trata de un “tigre de papel” si se valora desde el probable efecto económico combinado a partir de sus crisis ambientales alimentadas por un sistema político fosilizado y corrupto. Ni su economía es tan boyante como parece (muchos expertos ya rebajan mucho sus cifras reales de crecimiento), ni su totalitario gobierno es tan estable y fuerte como para resistir los inevitables dramas naturales y los desazones populares de varias décadas de un “maldesarrollo” salvaje y letal, que ha ignorado todos los límites físicos y biológicos, y que ha silenciado a todas las voces discrepantes. La gran crisis socioambiental china es sencillamente planetaria, está anunciada, y no tardará en producirse. No hay escapatorias individuales, nadie podrá quedarse a salvo de sus consecuencias.

David Hammerstein. Eurodiputado de Los Verdes

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